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Pensamiento Positivo

1/7/2019

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El pensamiento positivo se está convirtiendo en un agitado tema de debate en la esfera pública. 
¿Es solo una evitación de la realidad sin fundamento o realmente nos ayuda a desarrollar nuestras potencialidades? 
Si bien los datos clínicos son contundentes y la psicología positiva está bien documentada, con una sólida literatura científica que la respalda, cada día emergen más detractores. 
Esto está muy bien. Fomenta el debate y el intercambio de posturas. El problema es que los argumentos de los críticos suelen ser poco más que elaboradas listas de opiniones personales, subjetivas, que ofrecen muy pocos datos contrastados (o ninguno). 
“El pensamiento positivo es ingenuo, una trampa que te mantiene atrapado en tu mente, un autoconvencimiento que no lleva a ningún lugar, no sirve para nada, es una forma de negación de la realidad que puede llegar a ser perjudicial.”
La lista de opiniones sigue y sigue.
Insisto: opiniones. No encontramos datos ni estudios que sustenten su posición. 
Es un reflejo de nuestros tiempos. Nos posicionamos “a favor” o “en contra” usando nuestras propias emociones como brújula. Los hechos contrastables, los datos experimentales y el contexto son descartados cuando comprometen la validez de nuestra tesis.


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Entonces, ¿funciona el pensamiento positivo? Y si funciona, ¿cómo lo hace desde un punto de vista psicofisiológico?
El término “psicología positiva» fue acuñado originalmente por el psicólogo Abraham Maslow en la década de 1950. Con este término pretendía apelar a una visión más equilibrada de la naturaleza humana; es decir, quería poner el foco sobre nuestras potencialidades.
En 2002, Martin Seligman popularizó la psicología positiva a través de su obra “Authentic Happiness”, definiéndola como el estudio de las emociones positivas y las «fortalezas que permiten que los individuos y las comunidades prosperen».
La psicología positiva postula que las personas tenemos una tendencia natural a descubrir, crecer y desarrollar nuestro más alto potencial, y que para ello necesitamos:
1 – Enfocarnos en lo que hacemos mejor y nos reporta bienestar y satisfacción (de hecho, existe evidencia de que simplemente conocer tus puntos fuertes es beneficioso). 
2 – Conocer nuestras fortalezas internas, desarrollarlas de manera efectiva y ser capaces de usarlas.
La psicología positiva establece que todos los seres humanos poseemos fortalezas, y que además no son estáticas. Evolucionan, cambian con el contexto y las circunstancias. 
Cualidades básicas como la inteligencia, el talento y la actitud no son rasgos predefinidos. Son potencialidades que están en movimiento. Podemos nutrirlas y desarrollarlas, lo cual requiere tiempo y energía, desde luego.
Y el optimismo es una de estas habilidades que podemos cultivar.
El optimismo no es pensar pasiva y mágicamente que todo irá bien mientras esperamos con los brazos cruzados que todo se resuelva por sí mismo. No es negar los problemas y vivir en el mundo de las piruletas y los unicornios, ni esperar a que los pajaritos canten y las nubes se levanten para realizar cambios, sino dejar de preocuparse compulsivamente por todo lo que podría salir mal y saber que podemos manejar las situaciones desfavorables cuando estas aparezcan.
Claro que el pensamiento positivo no tiene el poder de cambiar las situaciones en sí mismas, pero sí tiene el potencial de transformar la forma en que percibimos e interpretamos esas situaciones. Al reemplazar la negatividad con nueva información, nuevas regiones cerebrales son estimuladas y nuevas estructuras neuronales son establecidas, ayudándonos a desarrollar una mentalidad positiva y a romper las barreras que el pensamiento negativo pone en nuestro día a día.
Es una disposición interior en la que nos orientamos a la resolución de problemas. Y para poder hacer esto necesitamos que nuestro cerebro esté buscando activamente esas posibles soluciones. No se trata de negar los problemas, sino de orientar la mente hacia la solución. En lugar de caer en el cinismo, la hostilidad y la lástima por uno mismo, fomentamos una mentalidad de crecimiento.
Y de ahí tomamos decisiones y actuamos. Nada de inacción y apatía.
¿Buscas problemas o buscas soluciones?
Ante la adversidad, la persona optimista intenta encontrar soluciones, posibilidades o ventajas. Y cuando siente que necesita construir ciertas habilidades, se enfoca activamente en desarrollarlas.
El optimista sabe que aunque el mundo esté lleno de miedo, dolor, peligro y maldad, su capacidad para trascenderlos es mayor. Y esta confianza genuina le permite resolver sus retos y salir fortalecido de las situaciones traumáticas y estresantes.

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El pesimista se desanima, solo ve inconvenientes y desventajas, y se siente indefenso ante los embistes de la vida. Cree que el mundo es hostil y que estamos en el peor de los universos posibles. Su cerebro solo pone el foco sobre el problema, pero una vez que lo ha encontrado (lo cual sucede muy rápido), descansa. Ya no hay que hacer nada más. 
Porque la misión del cerebro pesimista es encontrar problemas, no soluciones. Así que rara vez emprende acciones que den remedio a sus problemas, puesto que el objetivo de su cerebro no es solucionar nada, sino solamente identificar amenazas.
Y esto causa que la mente pesimista esté constantemente alerta, asediada por pensamientos negativos que solo nos despedazan.
Cada vez que tenemos pensamientos negativos estamos enviándole señales de amenaza al sistema nervioso. Los pensamientos son información: el sistema nervioso no conoce la diferencia entre las imágenes mentales y los estímulos ambientales. Lo que nos sucede y lo que pensamos tienen el mismo peso neurológico en nuestro cerebro.
Un solo pensamiento negativo hace que nuestro sistema nervioso se prepare para responder ante la amenaza porque cree que es real y que nuestra supervivencia está en juego.
La persona que vive en el pesimismo y la negatividad patológica está enviándole constantemente señales de amenaza al sistema nervioso.
Y esto, además de mantener activo el modo de estrés de forma casi perpetua, construye «circuitos cerrados» en el cerebro que mantienen a la atención atrapada en la negatividad.
La mente se vuelve un laberinto de pensamientos dañinos. Emerge esa sensación de que la vida es un continua amenaza. Vivimos en una autoabsorción neurótica en la que siempre anticipamos el desastre.
El cerebro se enfoca en rebuscar todo lo negativo de cada situación. Y lo va a encontrar, claro que sí. Pero no tiene la intención de solucionarlo, sino que se limita a rastrear problemas, peligros y amenazas.
O peor aún: creamos las condiciones para que todo se derrumbe a nuestro alrededor para así poder confirmar que nuestra visión del mundo como lugar catastrófico era acertada.
En definitiva, el sistema nervioso se mantiene perpetuamente alerta, el cerebro queda encerrado en bucles que no resuelven nada y nuestro comportamiento se vuelve errático.


Mentalidad de crecimiento
Cuando comenzamos a orientar la mente hacia la posibilidad, el optimismo y la resiliencia, los nuevos pensamientos le entregan nueva información al cerebro, que comienza a reorganizarse y crear nuevas conexiones en tiempo real.
La nueva información queda conectada en la arquitectura cerebral. Se crean nuevas redes, nuevas comunidades neurales. La comunicación bioquímica cambia. Modificamos el cerebro a nivel funcional y estructural.
Además, el sistema nervioso interpreta que no hay amenazas acechando y activa la respuesta de relajación, el modo de crecimiento psicobiológico.
La sangre comienza a fluir abundantemente en el torso y la cabeza, donde se encuentran nuestros órganos y todas nuestras funciones de crecimiento. Liberamos bioquímicos como la dopamina, la oxitocina, la vasopresina y la hormona del crecimiento, que realzan nuestra salud.
Nuestro cuerpo mantiene su integridad, nuestras células se dividen con normalidad y todas nuestras funciones orgánicas operan óptimamente. La corteza prefrontal, asiento del pensamiento superior, vuelve a recibir sangre, con lo que puede trabajar con normalidad.
Hay personas que, simplemente, no saben cómo hacer esto, así que deciden que el pensamiento positivo es un cuento para necios e ignorantes. Su propia incapacidad para generar cambios en su vida, resultado de su apatía, su inacción, su actitud derrotista y su indisposición a hacer lo necesario para desarrollar sus potencialidades, les empuja a juzgar ferozmente eso que no pueden comprender.

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Crea un cerebro positivo
¿Cómo favorecer un cerebro positivo que no busca constantes amenazas y que está orientado a la solución creativa y la acción estratégica?
Practicando.
La ciencia hoy nos muestra que no se trata tanto de lo que nos sucede, sino de cómo respondemos ante lo que nos sucede.
Cuando percibimos desde la apertura y la confianza, sin dejar que nuestros pensamientos negativos nos arrastren hacia estados neuróticos, activamos una respuesta psicobiológica de crecimiento. Si percibimos todo desde la amenaza, la desconfianza y la desesperación, dándole vueltas y vueltas a ese miedo con nuestros pensamientos, podemos tener por seguro que el sistema nervioso activará el modo de protección.
Tenemos que entrenar esa habilidad que todos poseemos llamada metacognición.
La metacognición nos permite ir más allá de nuestro pensamiento habitual y nos permite también controlar nuestros procesos cognitivos. Nos ayuda a tomar conciencia de nuestros propios pensamientos y sentimientos. Y cuando el narrador interno nos asedia con negatividad, aprendemos a tomar distancia y no creernos cada pensamiento que pasa por la cabeza.
Y fíjate qué interesante: la ciencia nos muestra que esta autoconciencia, esta observación de tus propios estados interiores desconecta las viejas redes neuronales asociadas a los viejos pensamientos y sentimientos. La vieja mentalidad desaparece y una nueva mentalidad emerge. Y esta autoconciencia, además, autorregula nuestros procesos psicobiológicos.
¿Cuál es la mejor forma de desarrollar tu metacognición y tu autorregulación mente-cuerpo?
Desarrollar tus habilidades de mindfulness o atención plena, una práctica mente-cuerpo realmente sencilla y accesible para todo el mundo.
La atención plena te enseña a observar tus pensamientos, sentimientos y emociones desde una posición de calma. Además de aprender a relacionarte de forma diferente con eso que piensas y eso que sientes, adquieres el dominio consciente de esa forma de energía mental llamada atención. 
Cuando la negatividad te atrapa, puedes salir del bucle de pensamientos perniciosos gracias a que puedes dirigir voluntariamente tu atención. Y cuando enfrentas dificultades, aprendes a percibirlas sin ponerle esa carga emocional negativa tan pesada. Sin añadir dolor al dolor. Sin dramatizar, sin rechazar y sin victimismo.
En lugar de caer en toda esa negatividad que solo activa una respuesta de protección, aprendes a crear intencionalmente estados de equilibrio mente-cuerpo, enfocar tu atención de forma consciente, autorregular tu biología, desarrollar tus capacidades cognitivas superiores y favorecer comportamientos edificantes.
Sales del pesimismo y la reacción apresurada. Empiezas a actuar con claridad, enfoque y dirección. Te instalas en el fluir, ese punto medio que hay entre el orden rígido y el caos absoluto. Empiezas a encarar tus experiencias de vida desde una disposición interior más próspera.
Llegados a este punto podría seguir compartiendo más y más información, pero voy a detenerme para hacerte una invitación: experiméntalo.
No me creas. Deja de leer acerca de esto y practícalo para tener la experiencia directa. No hay mejor forma de saber si esto le aporta valor a tu vida.

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