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PALABRA DE COACH

27/8/2017

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ESA GENTE ENVIDIOSA, por Nahuel Ruiz Mattar

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Esa gente envidiosa, en primer lugar, no ES envidiosa, sino, que siente envidia: una emoción humana que todos hemos experimentado alguna vez.
El médico psicoterapeuta Norberto Levy explica que para que una persona sienta envidia se debe dar lo siguiente: Que vea que otro/a realiza algo que ella desea y que siente que no está logrando.Que piense que no lo está logrando porque no tiene los recursos y que nunca lo va a lograr.Que no tiene una cuota de deseos satisfechos en otras áreas para compensar ese dolor, producto del contraste que observa.En otras palabras, la raíz de la envidia es el contraste percibido y la razón de ésta es eliminar el dolor que dicho contraste le genera. Sin embargo, la forma habitualmente percibida que tienen aquellas personas que sienten envidia para suprimir el contraste mencionado, resulta perjudicial para los otros (o, más precisamente, para quien le despierta esa emoción).


Ahora bien, si la persona que percibe el contraste, tiene los recursos psicológicos (que se traducen en confianza y seguridad personal) para creer que también es capaz de consumar dichos logros y que le es posible alcanzarlos, en lugar de sentir envidia, siente admiración. Y desde la admiración, no busca reducir el contraste dinamitando al otro, sino aprendiendo, creciendo y desarrollándose. Confía en su capacidad de aprender y el logro ajeno la inspira.
 
Nuevamente, todos hemos experimentado la envidia y en mi camino personal tuve una fuerte barrera que romper, pero que me ha permitido crecer y superarme cualitativamente: Pedirle ayuda a la persona de la cual siento envidia (y esto, al principio, era como tragarme un adoquín de ego). Indagarla para aprender de ella. ¿Cómo piensa? ¿Qué hace que pueda lograr lo que yo también deseo y no alcanzo? ¿Qué cree de sí misma? ¿Qué recursos tiene? ¿Qué habilidades tiene que a mí me faltan desarrollar? y ¿Cómo puedo desarrollarlas?
 
Cuando comencé a hacer eso, me di cuenta de algo fantástico: La mayoría de esas personas, estaban dispuestas a ayudarme y enseñarme (creo que todos sabemos lo lindo que se siente cuando alguien quiere aprender de nosotros). Al ver esos gestos, las sentía más humanas, más cercanas y queribles, empezaba a admirarlas en lugar de envidiarlas y a entender que el acto de preguntar provee un camino mucho más sencillo y menos estresante que el de pretender deducirlo todo por cuenta propia.
Cuando la autosuficiencia se transforma en exigencia, la frustración es asegurada y frustración (enojo) + contraste percibido = envidia que se canaliza perjudicialmente.


El sólo hecho de pedirle ayuda a esas personas reducía notablemente esa disparidad porque pasaba de verlas como rivales, enemigos o competencia, a verlas como maestras o profesores que me podían capacitar. Por cierto, me refiero a cualquier tipo de cuestión: sea para hacer algo, o para SER de determinada forma. Ejemplo: “Quiero relacionarme con las personas como lo hace Fulana que parece que todos la aman, le voy a proponer de conversar para indagar qué cosas hace o cómo las hace para lograr eso que yo también quiero y que no estoy pudiendo lograr hasta ahora.”
Ponerse en posición de aprendiz, implica necesariamente una cuota de humildad y de reconocer que hay cosas que no sé cómo hacerlas. Y que está bien. Está bien no saber.


Asimismo, mantener la misma humildad cuando alguien nos otorga el honor de enseñarle, instruirle o simplemente compartirle lo que sabemos, resulta de igual importancia.


Por último y atento a mi propia objeción: Sé que no todos nos ayudarán con la generosidad esperada, pero SIEMPRE (también por experiencia) hay alguien que logró lo mismo y que estará gustoso de asistirnos.

¡Que toda envidia, se transforme en admiración y que la admiración nos estimule a aprender!



​
​Abrazo,
​

Nahuel 

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